sábado, 2 de agosto de 2025

EL PRECURSOR

  


Por aquel mismo tiempo, Herodes, que gobernaba en Galilea, oyó hablar de Jesús y dijo a los que tenía a su servicio:
– Ese es Juan el Bautista. Ha resucitado, y por eso tiene poderes milagrosos.
Es que Herodes había hecho apresar a Juan, y lo había encadenado en la cárcel. Fue a causa de Herodías, esposa de su hermano Filipo, pues Juan decía a Herodes:
– No puedes tenerla por mujer.
Herodes quería matar a Juan, pero temía a la gente, porque todos tenían a Juan por profeta. En el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías salió a bailar delante de los invitados, y le gustó tanto a Herodes que prometió bajo juramento darle cualquier cosa que le pidiera. Ella entonces, aconsejada por su madre, le dijo:
– Dame en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.
Esto entristeció al rey Herodes, pero como había hecho un juramento en presencia de sus invitados, mandó que se la dieran. Envió, pues, a que cortaran la cabeza a Juan en la cárcel. Luego la pusieron en una bandeja y se la dieron a la muchacha, y ella se la llevó a su madre.
Más tarde llegaron los seguidores de Juan, que tomaron el cuerpo y lo enterraron. Después fueron y dieron la noticia a Jesús.
(Mt 14,1-12)

La figura de Juan Bautista es la del precursor de Jesús. Juan entrega su vida por decir la Verdad, por anunciar la llegada del Salvador. Acaba ajusticiado por Herodes. Jesús nos anuncia al Padre, la Verdad, el camino de la Salvación y entrega su vida por nosotros, para que todo se cumpla. Siguiéndole a Él, es decir, entregándonos, lograremos que el Reino se haga presente ya en este mundo.

"Quizá nos podamos preguntar a qué viene esta historia de Juan el Bautista, Herodes y Herodías dentro de los Evangelios. A mí se me hace una clarísima forma de llevarnos a una mejor comprensión de lo que es el reino. Porque en la historia vemos precisamente la realidad más opuesta al reino que anuncia a Jesús que podamos imaginar.
Hay que ponerse un poco en situación. Herodes era un tirano. Como lo eran todos los reyes y gobernadores de naciones en aquel tiempo. Podía imponer su voluntad sin ningún límite. Esto de “sin ningún límite” es lo que pensamos. Pero en realidad no es verdad. Hasta el mayor tirano del mundo tiene límites. Su poder no es absoluto porque en su ejercicio del poder se apoya en muchas personas. Y tiene siempre miedo de que le dejen de respetar, de obedecer, de ser sumisos. En definitiva, tiene miedo de que le traicionen. El tirano se siente solo en su poder. Y en su soledad se siente amenazado. Hasta el más amigo y cercano se puede convertir en un traidor. Hasta su familia le puede obligar a hacer cosas que no quiere hacer. Y las hará porque es la condición para conservar el poder. O, dicho de otra manera, para sentirse seguro. En el caso de Herodes es claro que termina matando a Juan el Bautista por temor a su mujer y al qué dirán sus invitados.
El reino que anuncia Jesús es precisamente lo contrario. Se apoya en la fraternidad. En el reino los demás, los otros, no son una amenaza sino aquellos con los que compartimos la vida. No necesito buscar mi seguridad personal de una forma obsesiva sino que mi relación con los otros (y con Dios, por supuesto) se basa en la confianza, en el amor mutuo. El reino no genera muerte ni violencia sino lo contrario: vida, esperanza, fraternidad, justicia.
Herodes necesitaba la violencia para subsistir. Todos podían ser una amenaza para su poder. El resultado era destrucción y desolación. Jesús plantea el amor, el encuentro con los demás, la cooperación, la búsqueda juntos del camino, la ayuda mutua. El resultado es vida en plenitud. Contemplando a Herodes, entendemos mejor lo que es el reino de Dios."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 1 de agosto de 2025

PREJUICIOS



Y llegó a su propia tierra, donde comenzó a enseñar en la sinagoga del lugar. La gente, admirada, decía:
– ¿De dónde ha sacado este todo lo que sabe? ¿Cómo puede hacer tales milagros? ¿No es este el hijo del carpintero? Y su madre, ¿no es María? ¿No son sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas, y no viven sus hermanas también aquí, entre nosotros? ¿De dónde ha sacado todo esto?
Y no quisieron hacerle caso. Por eso, Jesús les dijo:
– En todas partes se honra a un profeta, menos en su propia tierra y en su propia casa.
Y no hizo allí muchos milagros, porque aquella gente no creía en él.

Nos cuesta escuchar y aprender de los demás. ¿Qué puede enseñarnos este? Perdemos así muchas ocasiones de crecer. Debemos estar abiertos a todos. Y muchas veces, aquellos que despreciamos o consideramos adversarios, pueden enseñarnos muchas cosas. 
Los de su tierra se perdieron las enseñanzas y los signos de Jesús por sus prejuicios. No hagamos nosotros lo mismo.

"Muchas veces me maravilla, en mi mismo y en los demás –aunque tengo que reconocer que me resulta más fácil verlo en los demás que en mi mismo– la dificultad que tenemos para salir de los de siempre, de lo que estamos acostumbrados, de abrir los ojos ante la novedad. Esto pasaba en tiempos de Jesús, ha sucedido a lo largo de la historia, pasa actualmente y me temo que va a seguir pasando en el futuro. Quizá sea porque somos así, porque nos sentimos muy bien en casa y nos resulta siempre muy incómodo que nos saquen de nuestras casillas. O, como dicen los modernos, que nos saquen de nuestra “zona de confort”.
Pongámonos por un momento en los tiempos de Jesús. El pueblo judío estaba inquieto ya desde hacía tiempo con la llegada del Mesías. Se esperaba con ansiedad ese momento que, se decía, iba a suponer la liberación del pueblo del yugo de la opresión, que entonces era la dominación romana. Se esperaba algo nuevo, diferente. El Mesías iba a suponer un corte en la historia, un antes y un después. Todos estaban expectantes ante el que iba a venir, el Mesías prometido.
Pues bien, aparece Jesús. Empieza a predicar. Habla de una forma diferente. Se acerca a los que más sufren, a los oprimidos por el mal. Cura a los enfermos, expulsa a los demonios,  hace milagros. ¿Cuál es el resultado?
Pues ya lo vemos en el texto evangélico de hoy: el rechazo. Los que le escuchan no pueden aceptar que Jesús sea el Mesías. Simplemente porque conocen a sus padres y a su familia. ¿Qué les puede enseñar Jesús a ellos? Nada. No se cuestionan lo que piensan. No están abiertos a la novedad que representa. “Se negaban a creer en él”.
Decía un profesor mío que Dios nos sorprende siempre, que nos espera a la vuelta de la esquina siguiente, que nos saca de nuestras casillas, que no es como le esperamos. Conclusión: no hay que seguir al primero que se nos aparece pero por lo menos tenemos que aprender a escuchar y discernir y no rechazar sin pensar, que Dios nos habla de muchas maneras."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

jueves, 31 de julio de 2025

PESCADORES DE HOMBRES



Puede compararse también el reino de los cielos a una red echada al mar, que recoge toda clase de peces. Cuando la red está llena, los pescadores la arrastran a la orilla y se sientan a escoger los peces: ponen los buenos en canastas y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles a separar a los malos de los buenos, y arrojarán a los malos al horno encendido, donde llorarán y les rechinarán los dientes.
Jesús preguntó:
– ¿Entendéis todo esto?
– Sí, Señor – contestaron ellos.
 Entonces Jesús añadió:
– Cuando un maestro de la ley está instruido acerca del reino de los cielos, se parece a un padre de familia que de lo que tiene guardado saca cosas nuevas y cosas viejas.
Cuando Jesús terminó de contar estas parábolas se fue de allí.
(Mt 13,47-53)

Jesús nos pide que seamos pescadores de hombres. Recogeremos buenos y malos. Pero nosotros no somos los que hemos de decidir quienes son los malos y quienes los buenos. Es más, debemos recordar que Jesús, también nos dijo, que son los enfermos, los débiles , los que necesitan la actuación del médico. Es Dios el único que puede juzgar, porque es el único que ve en el fondo de nuestro corazón. Nosotros debemos entregarnos a todo el mundo, sobre todo, a los más débiles.

"La parábola de hoy me hace recordar a mi infancia, cuando veía en la misma playa a los pescadores que revisaban las redes e iban separando a los peces que habían quedado atrapados en ellas en sus diversas clases. Unos para una cesta, otros para otra. Algunos los echaban de nuevo al mar –se les daba otra oportunidad–. Me hace pensar que esos ángeles de los que habla la parábola son en realidad Dios mismo que con mimo va repasando la red y haciendo esa clasificación. Sus manos vas separando lo bueno de lo malo. Pero –y aquí el pero es muy importante– sus manos son manos de misericordia y piedad, de comprensión y de conocimiento de lo que es cada pez y para lo que sirve.
Y a renglón seguido me hace pensar en las muchas veces que yo usurpo ese papel de Dios separando los peces en las diversas cestas o devolviendo algunos al mar. Me pongo en su lugar y me creo con el poder y la autoridad para juzgar a mis hermanos. Si soy sincero, las más de las veces no lo hago con la misma misericordia y piedad ni con la misma comprensión y paciencia que tiene Dios. A fuer de sincero he de reconocer que esa clasificación la hago muchas veces en el mismo mar, sin esperar a ese momento final en que los peces/mis hermanos o hermanas han caído ya en la cesta. Y siendo todavía más sincero he de reconocer también que no uso los mismos criterios de Dios para juzgarles y clasificarles. Más bien, identifico lo que a mí me parece bueno y malo con lo justo e injusto. Y siguiendo con la sinceridad he de reconocer que no tengo la misma paciencia de Dios con mis hermanos y hermanas. Casi nunca devuelvo a ningún pez al mar, casi nunca doy a mis hermanos y hermanas una segunda oportunidad. Y me apresuro a echarlos al horno encendido.
Creo que me tengo que arrepentir de ponerme demasiadas veces en el lugar de Dios. Y creo que le tengo que pedir a Dios que tenga misericordia de mí, la que, tantas veces, no tengo yo con mis hermanos."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

miércoles, 30 de julio de 2025

NUESTRO TESORO

 


El reino de los cielos se puede comparar a un tesoro escondido en un campo. Un hombre encuentra el tesoro, y vuelve a esconderlo allí mismo; lleno de alegría, va, vende todo lo que posee y compra aquel campo.
 También se puede comparar el reino de los cielos a un comerciante que anda buscando perlas finas; cuando encuentra una de gran valor, va, vende todo lo que posee y compra la perla.

Jesús no está hablando de riqueza. Habla del verdadero tesoro. Y este tesoro está escondido...en nuestro corazón. Si descubrimos que lo que nos enriquece es la entrega, la lucha por la justicia, el AMOR, descubrimos el verdadero tesoro: DIOS. Un Dios que está presente en nuestro corazón y en el otro. Un Dios al que amamos amando al otro. Este es nuestro tesoro. 

"El texto evangélico de hoy es algo así como la “codicia reconducida”. Jesús no pone un ejemplo que nos habla del deseo que tenemos todos de sentirnos seguros. Y esa seguridad se encuentra muchas veces en un cierto nivel de riqueza. Algunos pueden pensar que no es verdad pero podríamos pensar en los pobres de nuestro mundo, los que no tienen tantas veces ni lo suficiente para asegurarse el día, tanto menos para asegurarse el mañana. Ellos darían todo por encontrarse con ese tesoro y poder descansar tranquilos sin la angustia de pensar si mañana tendrán lo suficiente para comer y seguir sobreviviendo.
Pues Jesús compara el reino precisamente a ese tesoro escondido en el campo, que se presenta como la solución a todos los problemas que pueda tener una persona o una familia a medio y largo plazo. ¿Todos los problemas? Es posible que no todos. Pero incluso cuando se tiene una enfermedad y dinero es una situación mucho más deseable que si solo se tiene la enfermedad.
¿Es entonces el reino ese tesoro que todo lo soluciona? ¿Ser cristiano ya basta para tenerlo todo? Depende del punto de vista. Si por ser cristiano entendemos ir a misa los domingos, cumplir básicamente los mandamientos y no cometer pecados graves, entonces está claro que mucho tesoro no es. Así se supone que nos aseguramos la salvación eterna pero durante esta vida estaremos pensando en otros tesoros que nos interesarán más.
Pero si miramos bien lo que es el reino y todo lo que él conlleva: relación con Dios, justicia, fraternidad, etc. entonces es posible que nos vayamos dando cuenta de que el reino es el verdadero tesoro, lo que realmente vale la pena en este mundo. Todo lo demás (cuentas corrientes, propiedades, etc.) empieza a ser visto desde otra perspectiva y puesto al servicio del reino, que es lo único por lo que vale la pena luchar y dar la vida. Todo, lo que somos y lo que tenemos, tiene valor en tanto en cuanto sirve al reino. Por eso, conviene abrir los ojos y darnos cuenta de lo que es de verdad el reino del que nos habló Jesús.
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

martes, 29 de julio de 2025

EN NUESTRO CORAZÓN

  

En aquel tiempo, Jesús dejó a la gente y se fue a casa.
Los discípulos se le acercaron a decirle: «Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.»
Él les contestó: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.»

"Casi siempre que hemos leído esta parábola de Jesús la hemos aplicado a nuestro mundo, a nuestra sociedad. El trigo y la cizaña nos han hecho pensar en que hay hombres y mujeres buenos y hay también, desgraciadamente, hombres y mujeres malos. Y pensamos que, como en el texto evangélico del día anterior, Jesús nos está invitando a tener paciencia. No hay que apresurarse en castigar o expulsar o excluir a esos malos, no vaya a ser que erremos el tiro y nos carguemos también a los buenos. Pero habrá un momento, el de la siega, el momento final, en que será el mismo Dios el que haga la recolección y separe el trigo de la cizaña. Ese será el momento en que se verá con claridad lo que es cada uno. Porque Dios ve el corazón de cada persona. Y unos irán al horno y otros, el trigo bueno, se llevarán el premio merecido.
Esta es, sin duda, una forma de leer la parábola. Pero yo prefiero verlo de otro modo. El campo donde se ha sembrado el trigo y donde también crece la cizaña no es el campo del mundo sino mi propio corazón. Ahí se nos cambia la perspectiva. Dejamos de mirar hacia fuera (a los otros) para tratar de identificar donde está la cizaña (lo que se nos da de maravilla) y volvemos la vista a nosotros mismos. Descubrimos entonces con sorpresa un poco fingida que también dentro de nosotros crece la cizaña. A veces donde menos lo esperamos. A veces tan mezclada con el trigo que no es fácil distinguirla bien. A veces nuestras mayores virtudes son también nuestros mayores defectos.
Entonces es fácil que agradezcamos esta paciencia de Dios que espera hasta el final, hasta la cosecha, para separar con destreza lo que en nosotros es trigo y lo que es cizaña. Porque sólo él conoce bien lo que es bueno y lo que es malo en nosotros. Sólo él conoce de verdad nuestras motivaciones, nuestros temores, nuestros deseos más profundos. Sólo él es capaz de ir más allá de las apariencias, de la imagen que nos construimos frente a los demás.
Por eso, conviene no juzgar con demasiada severidad a nuestros hermanos y hermanas, y acentuar con ellos y con nosotros mismos la misericordia. La misma paciencia y misericordia que Dios nos tiene.
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

lunes, 28 de julio de 2025

HUMILDAD Y CONSTANCIA

 

Jesús les contó también esta parábola: “El reino de los cielos se puede comparar a una semilla de mostaza que un hombre siembra en su campo. Es sin duda la más pequeña de todas las semillas, pero cuando ha crecido es más grande que las otras plantas del huerto; llega a hacerse como un árbol entre cuyas ramas van a anidar los pájaros.”
También les contó esta parábola: “El reino de los cielos se puede comparar a la levadura que una mujer mezcla con tres medidas de harina para que toda la masa fermente.”
Jesús habló de todo esto a la gente por medio de parábolas, y sin parábolas no les hablaba, para que se cumpliera lo que había dicho el profeta:
“Hablaré por medio de parábolas;
diré cosas que han estado en secreto
desde la creación del mundo.”

Lo grande nace de lo pequeño. Podemos creer que nuestro apostolado depende de los grandes actos y acontecimientos. Hoy Jesús nos enseña que es de los actos pequeños, pero hechos con perseverancia los que dan fruto. Desaparecer en la masa es lo que la hará fermentar. Es la vida de cada día, la constancia en nuestra entrega, aunque no se vea, la que nos dará el éxito. Además, es Dios quien hace fructificar, no nosotros.
  
"Los árboles son seres vivo de crecimiento muy lento, pero que muy lento. No tienen nada que ver con las prisas del mundo actual, siempre regidos por un horario y por una agenda, siempre buscando soluciones y respuestas y remedios rápidos. A nosotros nos va lo inmediato, el ya ahora, sin esperas ni demoras. Cuando vamos al médico preferimos que nos dé unas pastillas que nos quiten rápidamente el dolor o los síntomas molestos de nuestra enfermedad antes de que nos diga que lo que tenemos que hacer es cambiar de estilo de vida y que poco a poco iremos notando la mejoría. Si nos dice algo así, la mayoría de nosotros estamos más que dispuestos a cambiar de médico y buscar a otro que nos de soluciones ya.
Lo de los árboles es otra cosa. Empiezan por una semilla mínima y van creciendo poco a poco, año a año. Para ser realistas, de año en año prácticamente no se nota la diferencia. Pero cuando han pasado veinte o treinta o cuarenta años, entonces se ve que han crecido y que aquella semilla tan pequeña ha dado lugar a un ser vivo enorme, capaz de resistir las tempestades y las sequías.
Jesús compara en el texto evangélico de hoy el reino de los cielos con esa semilla pequeña, mínima, que se siembra y que poco a poco, año a año, va creciendo. O sea, que el reino de los cielos no es como los fuegos artificiales que en un momento explotan y echan todas las luces de colores por el cielo (claro que se apagan enseguida). El reino de los cielos es de crecimiento lento, que casi no se aprecia. Para ver su crecimiento hay que echarle mucho tiempo, una perspectiva de años. De entrada no se ve nada. Es como la vida de muchos cristianos, gente sencilla, laicos, sacerdotes, religiosos, religiosas, que, a primera vista se diría que no hacen nada, pero que van dejando caer esa semilla del reino con su vida, con su forma de vivir, y van cuidándola día a día, aunque no ven nada.
Conclusión: que el reino de los cielos es cuestión de mucha paciencia, es enemigo de las prisas. Y que lo último que podemos perder es la esperanza, porque Dios mismo es el que cuida esa semilla."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

domingo, 27 de julio de 2025

DIOS NOS LO DA TODO

  

Estaba Jesús una vez orando en cierto lugar. Cuando terminó, uno de sus discípulos le rogó:
– Señor, enséñanos a orar, lo mismo que Juan enseñaba a sus discípulos.
Jesús les contestó:
Cuando oréis, decid:
'Padre, santificado sea tu nombre.
Venga tu reino.
Danos cada día el pan que necesitamos.
Perdónanos nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos
a todos los que nos han ofendido.
Y no nos expongas a la tentación.'
También les dijo Jesús:
– Supongamos que uno de vosotros tiene un amigo, y que a medianoche va a su casa y le dice: 'Amigo, préstame tres panes, porque otro amigo mío acaba de llegar de viaje a mi casa y no tengo nada que ofrecerle.' Sin duda, aquel le contestará desde dentro: '¡No me molestes! La puerta está cerrada y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme a darte nada.' Pues bien, os digo que aunque no se levante a dárselo por ser su amigo, se levantará por serle importuno y le dará cuanto necesite. Por esto os digo: Pedid y Dios os dará, buscad y encontraréis, llamad a la puerta y se os abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra y al que llama a la puerta, se le abre.
¿Acaso algún padre entre vosotros sería capaz de darle a su hijo una culebra cuando le pide pescado? ¿O de darle un alacrán cuando le pide un huevo? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre que está en el cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!
(Lc 11,1-13)

Jesús nos enseñó a orar. Y luego nos dijo que Dios nos dará todo lo que le pidamos. Es verdad. Él Padre nos dió a Jesús que es TODO. Si permanecemos a su lado, en su presencia, veremos que todo lo que tenemos es un regalo de Dios. Y si pedimos algo que nos parece que no nos concede, es porque Él sabe que eso no nos conviene.
Sigamos a Jesús. Imitemos su vida. Busquemos entregarnos a Él...y el padre nos lo dará TODO.
 
"(...) Cristo se inspira en su experiencia de vida para enseñar a sus Discípulos a orar. Siente a Dios como Padre. Además, ora siempre, a pesar de que no tienen tiempo ni para comer, en ocasiones. Antes de cada decisión importante, también se retira para orar. Busca en todo momento hacer la voluntad de su “Abba”. Con esas claves, recibimos la oración del Padre Nuestro. Una oración humilde, llena de confianza y sincera, como era la relación de Jesús con su Padre.
Comparado con las oraciones a las que estaban acostumbrados, seguramente la oración que Jesús les dio les parecería corta. Sabían de memoria largos salmos y otras plegarias de la tradición oral hebrea. El Maestro va a lo esencial: la experiencia de Dios como Padre, el clamor por el Reino, el perdón de todas las ofensas y el pan de cada día.
Con ser tan breve, nos da unas pistas sobre lo que tiene que ser lo central en nuestra vida. Por ejemplo, nos recuerda que todos somos familia. Decimos “Padre nuestro”, y no “Padre mío”. Porque todos somos hijos de Dios. Al llamarle Padre, reconocemos los lazos que unen a todos entre sí y con toda la humanidad. Como una gran familia. Los Discípulos reconocen los lazos que les unen entre sí y con todos los hombres. Todos hijos de Dios. Y de la alegría de saberse hijos del mismo Padre, nace el compromiso en el anuncio del Reino de ese Dios que es Padre de todos.
Todo lo que Jesús hizo y dijo buscaba únicamente hacer la voluntad del Padre. Él quiere que su Reino venga a nosotros, o sea: que su Nombre sea santificado por todos; que formemos el gran pueblo de Dios; que tengamos vida en abundancia, gracias a que podemos adquirir con nuestro esfuerzo lo que necesitamos para vivir con dignidad cada día (el pan); que crezcamos en la vida comunitaria y en la solidaridad (el perdón); que superemos individualismos y egoísmos (las tentaciones); que nos podamos librar de todo aquello que nos oprime (el mal).
Nos dice Jesús que la oración cristiana es siempre escuchada, aunque nuestra experiencia no parece confirmar esa afirmación. Para que no dejemos de rezar, y recemos como Dios quiere, Jesús usa tres imágenes: pedir, buscar y llamar a la puerta. Si perseveramos en la oración, produce siempre resultados inesperados, aunque no siempre como y cuando nos gustaría.
Es verdad que fuera de nosotros todo continuará igual, es decir, la enfermedad seguirá su curso, la ofensa sufrida no desaparecerá, las traiciones producirán dolor, pero algo irá cambiando poco a poco dentro de nosotros, si perseveramos en nuestra oración. Si nos vamos configurando con Cristo, si la mente y el corazón son cada vez más de Cristo, si los ojos con los que miramos al mundo y a los hermanos son más “divinos”, la oración ha dado su fruto, ha sido escuchada.
Si con la ayuda de la oración recuperamos la serenidad y la paz interior, poco a poco también se restañarán las heridas morales y psicológicas. Y, en ocasiones, las enfermedades del cuerpo se pueden curar más deprisa. Ésa es la fuerza de la oración. Ésa es nuestra fuerza. (...) "
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad redonda)