Sucedió que un sábadofue Jesús a comer a casa de un jefe fariseo, y otros fariseos le estaban espiando.Había allí, delante de él, un hombre enfermo de hidropesía.Jesús preguntó a los maestros de la ley y a los fariseos:
– ¿Está permitido sanar a un enfermo en sábado, o no?
Pero ellos se quedaron callados. Entonces Jesús tomó al enfermo, lo sanó y lo despidió.Y dijo a los fariseos:
– ¿Quién de vosotros, si su hijo o su buey cae a un pozo, no lo saca en seguida aunque sea sábado?
Y no pudieron contestarle nada.
Nos encontramos en una situación parecida a la de hace unos días. En aquella curación Jesús curaba a la mujer encorvada en la sinagoga. Aquí cura al hidropésico en la casa de un jefe fariseo. Se trata en ambos casos de escoger entre la persona y la ley. Para los fariseos la ley pasaba por delante de todo (excepto si le molestaba a él, como el hijo o el buey caído en el pozo).
Para Jesús, la persona, el bien de la persona, pasa por delante de todo. El sentido de la ley es que debe proteger a la persona. Hacer el bien no puede estar recortado por la ley. El Amor pasa por delante de cualquier circunstancia. El discípulo de Jesús está regido por la Ley del Amor.
También entonces llegaron algunos fariseos, a decirle a Jesús:
– Vete de aquí, porque Herodes te quiere matar.
Él les contestó:
– Id y decidle a ese zorro: ‘Mira, hoy y mañana expulso a los demonios y sano a los enfermos, y pasado mañana termino.’Pero tengo que seguir mi camino hoy, mañana y al día siguiente, porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén.
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los mensajeros que Dios te envía! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, pero no quisisteis!Pues mirad, vuestro hogar va a quedar desierto. Y os digo que no volveréis a verme hasta que llegue el tiempo en que digáis:
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!’
(Lc 13,31-35)
No debemos huir de que lo que puede parecernos un peligro. Debemos seguir la voluntad de Dios, que es quien marca nuestra verdadera ruta. Debemos seguir entregados a los demás. Debemos seguir curando. Debe mos seguir amando.
"Cuando miramos al mundo, ( y a veces incluso a nuestra propia vida) es casi inevitable caer en el desaliento. ¿Hasta dónde puede llegar la corrupción? ¿Hasta dónde la violencia? ¿Cuándo se terminará una situación que parece insostenible? Sin embargo, Pablo insiste hoy: Si Dios con nosotros, ¿quién podrá estar contra nosotros? Pues parece que la respuesta, según los periódicos y lo que vemos alrededor es bastante obvia: ¡Muchísima gente! Persecuciones y verdaderos genocidios de cristianos en África, persecuciones más o menos veladas a la fe en nuestro propio entorno. ¿Quién contra nosotros? ¡Casi todo el mundo! Pero Pablo sigue: ni la persecución, ni la espada, ni el hambre, ni la guerra…. Nada nos podrá separar del amor de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor. Leer despacio todo el capítulo 8 de la carta a los Romanos va directamente en paralelo machacón con la machaconería de las malas noticias.
Ante dificultades difícilmente superables, los discípulos (como tantos de nosotros) sugieren la huída. Huir, o esconderse (o esconder la cabeza debajo del ala), puede resultar más fácil a corto plazo, pero resulta en miedo rayando con el pánico, en bolas de nieve de mentiras, en negación de lo evidente, en pavor.
Las palabras de los discípulos: “Vete, porque Herodes quiere matarte” suenan casi como eco del sueño de José en los relatos de infancia y la huida a Egipto. En el comienzo del Evangelio, se trata de salvar la misión del Hijo. Ahora, se trata de realizarla. Jesús no huye porque sabe que es el Cristo, el Ungido, el bendito que viene en nombre del Señor. Él seguirá caminando hacia Jerusalén porque sabe que nada lo puede separar del amor de Dios, que es su propia sustancia, porque el Padre y Él son uno. Así nosotros, los discípulos: nada ni nadie nos puede separar de ese amor. Por muy difícil que parezca creerlo. La opción de la huida no es en realidad viable para nosotros, porque nos metería en otras esclavitudes incluso más dolorosas. La única opción es creer… ¿quién, verdaderamente, contra nosotros?"
En su camino a Jerusalén,Jesús enseñaba en los pueblos y aldeas por donde pasaba.Alguien le preguntó:
–Señor, ¿son pocos los que se salvan?
Él contestó:
- Procurad entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos querrán entrar y no podrán.Después que el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, vosotros, los que estáis fuera, llamaréis y diréis: ‘¡Señor, ábrenos!’ Pero él os contestará: ‘No sé de dónde sois.’Entonces comenzaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras calles.’Pero él os contestará: ‘Ya os digo que no sé de dónde sois. ¡Apartaos de mí, malhechores!’Allí lloraréis y os rechinarán los dientes al ver que Abraham, Isaac, Jacob y todos los profetas están en el reino de Dios, y que vosotros sois echados fuera.Porque vendrá gente del norte, del sur, del este y del oeste, y se sentará a la mesa en el reino de Dios.Y mirad, algunos de los que ahora son los últimos serán los primeros; y algunos que ahora son los primeros serán los últimos.
(Lc 13,22-30)
Todos estamos llamados a entrar en el Reino. Todos somos el Pueblo Escogido. El es la Puerta que nos salva a todos. Una puerta estrecha que no se pasa con ritos, ni con apariencias. Una puerta que se pasa amando a los que sufren y desde el nuestro propio sufrimiento aceptado por Amor.
"A veces los adolescentes, en su comprensible drama, afirman que los adultos les están arruinando la vida. Es el peor día de su “larguísima” vida. Pero no solo los adolescentes. A veces un dolor de cabeza nos puede parecer algo irremediable, del que ya nunca nos recuperaremos. Se oye a menudo a gente diciendo que tiene la “depre”. Eso es una banalización insultante de la verdadera depresión clínica, que no tiene nada que ver con la debilidad anímica de una persona. Y, en cierto modo, es muy poco cristiana. Se entiende en los adolescentes, pero no en cristianos ya formados.
Porque hoy se nos afirma que, por muy imposible que parezca, todo es para el bien (de los que aman a Dios). Es decir, todo es para el bien de aquellos que aprovechan todos los momentos de la vida, buenos y malos, para dar gracias (siempre y en todo lugar) y ofrecérselos a Dios. Es lo que se dice en todos los Prefacios. Dar gracias siempre y en todo lugar (Eucaristía) es lo que nos salva.
El que todo sea para el bien puede ser difícil de creer si no se tiene la experiencia de los muchos casos en que esto ha sido verdad. Los momentos cuando entrar por la puerta estrecha, vivir momentos difíciles, enfrentarse a la enfermedad y la muerte con fortaleza y paz han provocado solidaridad, han demostrado el consuelo y la unión de la familia, nos han hecho mejores personas. Entrar por la puerta estrecha de la dificultad y el dolor a menudo ha abierto a un campo inmenso de gracia y posibilidad. Esta experiencia de la gracia de Dios, a veces tan inescrutable, es, sin embargo, indispensable para le vida cristiana. En el Reino del ya, pero todavía no, esto implica una confianza real. En la escatología del futuro entra en el Credo que afirmamos todos los días: La resurrección de la carne y la vida eterna."
Por aquellos días, Jesús se fue a un cerro a orar, y pasó toda la noche orando a Dios.Cuando se hizo de día, reunió a sus discípulos y escogió a doce de ellos, a los cuales llamó apóstoles.Estos fueron: Simón, a quien puso también el nombre de Pedro;Andrés, hermano de Simón; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé,Mateo, Tomás, Santiago hijo de Alfeo;Simón el celote,Judas, hijo de Santiago,y Judas Iscariote, que traicionó a Jesús.Jesús bajó del cerro con ellos, y se detuvo en un llano. Se habían reunido allí muchos de sus seguidores y mucha gente de toda la región de Judea, y de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón. Habían venido para oir a Jesús y para que los curase de sus enfermedades.Los que sufrían a causa de espíritus impuros, también quedaban sanados.Así que toda la gente quería tocar a Jesús, porque los sanaba a todos con el poder que de él salía.
(Lc 6,12-19)
La llamada a los doce apóstoles es también nuestra llamada. Todos somos escogidos.
Jesús, antes de llamar a los doce, pasa toda la noche en oración. Nosotros también debemos orar antes de tomar decisiones que impliquen nuestra vida.
Jesús después de la elección, se dedica a los demás. Les habla, los cura, se hace próximo a todos. Nosotros debemos hacer lo mismo.
"El “ya” parece indicar que antes éramos extranjeros; que somos una especie de inmigrantes nacionalizados. Pero esto significa ir mucho más allá de una simple retórica de inmigración y de sus consecuencias para los países. Porque no se trata de ese tipo de inmigración y de papeles de nacionalidad. La adopción que se expresa aquí es fuertísima y no un papeleo legal. Porque es una especie de cambio de sustancia. No es ya que ya no somos extranjeros o advenedizos en una buena casa. Es que resulta que somos las piedras bien ensambladas de la propia casa. Es que somos familia de pleno derecho. Edificados piedra sobre piedra como la casa de Dios.
Como a los doce que son las nuevas tribus de Israel y los pilares de la Iglesia, también a nosotros se nos ha llamado por nuestro nombre: Simón, Judas, Tadeo… Ser llamado por el nombre no es solo una dignidad y un reconocimiento debido a cada persona: supone también un fuerte compromiso. Es la propia llamada bautismal, que supone el compromiso a la misión de Dios, a luchar y trabajar para que no haya extranjeros sino más piedras de este enorme y suntuoso edificio que es el Templo de Dios. Los padres inscriben a sus hijos recién nacidos y les dan un nombre y un apellido. Eso es ser edificado, edificar, significa estar ensamblado con otros, a veces sosteniendo desde lo más inferior, y otras sirviendo como minaretes. Parte de una misma familia y llamados por nuestro nombre. Pero un solo nombre no sirve. Tiene que ir acompañado del apellido de familia; el apellido que compartimos con hermanos, primos, miembros de la misma casa. Así tampoco una piedra sola no sirve para nada. Los ladrillos tienen que estar bien ensamblados para hacer un magnífico edificio que es la casa de Dios. Nadie se salva fuera de la familia, fuera de la casa de Dios. Es necesario tener un nombre; ser piedra.
Nunca nos quedaremos fuera de la casa, porque somos la propia casa."
Un sábadose puso Jesús a enseñar en una sinagoga.Había allí una mujer que estaba enferma desde hacía dieciocho años. Un espíritu maligno la había dejado encorvada, y no podía enderezarse para nada.Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo:
– Mujer, ya estás libre de tu enfermedad.
Puso las manos sobre ella, y al momento la mujer se enderezó y comenzó a alabar a Dios.Pero el jefe de la sinagoga, enojado porque Jesús la había sanado en sábado, dijo a la gente:
– Hay seis días para trabajar: venid cualquiera de ellos a ser sanados, y no el sábado.
El Señor le contestó:
– Hipócritas, ¿no desata cualquiera de vosotros su buey o su asno en sábado, para llevarlo a beber?Pues a esta mujer, que es descendiente de Abraham y que Satanás tenía atada con esa enfermedad desde hace dieciocho años, ¿acaso no se la debía desatar aunque fuera en sábado?
Cuando Jesús dijo esto, sus enemigos quedaron avergonzados; pero toda la gente se alegraba viendo las grandes cosas que él hacía.
(Lc 13, 10-17)
Para Jesús, la persona está por encima de las leyes y los ritos. La ley sólo tiene sentido cuando ayuda a la persona; cuando la defiende y la protege. ¿Ponemos en nuestros actos el bien del otro por encima de todo? Si el Amor a Dios y al prójimo fuese nuestra Ley, sabríamos en cada momento cómo comportarnos.
"De niños siempre nos decían que camináramos derechos y nos sentáramos derechos para no criar chepa… Hay un sentido que va mucho más allá de lo físico aquí. Caminar erguidos es como un signo de dignidad; ir con la cabeza alta porque no hay temor. Ir con la cabeza alta es dar razón de una buena familia y una buena educación. Es una seguridad. Y es hablar bien de la propia familia. No es un gesto de soberbia, sino de identidad. Sabernos hijos de Dios, coherederos con Cristo, nos da la capacidad de pisar fuerte; de no dejarnos atrapar por el temor, de sentirnos libres ante cualquier circunstancia de la vida.
Hoy la primera lectura enlaza con el pasaje del Evangelio por medio de la palabra libertad. La mujer del relato del Evangelio lleva años encadenada, cheposa y oprimida por su enfermedad. Como muchos de nosotros. Podemos llevar muchos, muchísimos años enredados en una mala costumbre, un mal genio; cheposos por una inseguridad y falta de autoestima malsanas, o por un sentido de culpabilidad que no ha sido capaz de reconciliarse por falta de confianza en la misericordia de Dios. La imposibilidad autoimpuesta de acudir al sacramento de la Reconciliación denota que no se cree que el Padre sea Padre; o que se considere el pecado tan propio que no se le puede presentar. En ambos casos, significa andar cheposos e inclinados ante un peso realmente innecesario.
El convencimiento de que somos hijos de Dios, coherederos, la fe en que no somos nosotros, sino el Dios que nos levanta y nos deja libres de nuestra enfermedad, nos hace caminar erguidos. Hay que evitar las chepas, porque son negación de nuestra identidad de hijos. Deja mal el nombre de la casa de Dios, y por lo tanto, son una injusticia que le hacemos al Dios que nos lo ha dado todo.
Somos un pueblo que camina; por el bautismo, un pueblo de reyes, sacerdotes y profetas; es decir, hijos de Dios, puentes para nuestros hermanos, anuncio alegre y valiente de Cristo. Somos el pueblo que camina hacia la liberación que prefiguraba el Éxodo y que cada día se repite y se recuerda en la procesión de la Comunión. El pueblo salvado y liberado."
Jesús contó esta otra parábola para algunos que se consideraban a sí mismos justos y despreciaban a los demás:“Dos hombres fueron al templo a orar: el uno era fariseo, y el otro era uno de esos que cobran impuestos para Roma.El fariseo, de pie, oraba así: ‘Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, malvados y adúlteros. Ni tampoco soy como ese cobrador de impuestos.Ayuno dos veces por semana y te doy la décima parte de todo lo que gano.’A cierta distancia, el cobrador de impuestos ni siquiera se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: ‘¡Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador!’Os digo que este cobrador de impuestos volvió a su casa perdonado por Dios; pero no el fariseo. Porque el que a sí mismo se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido.”
(Lc 18,9-14)
La humildad nos lleva a Dios. No se trata únicamente de hacer cosas buenas, sino de hacerlas gratuitamente. Ni para que nos vean, ni para obtener beneficios. Hay que hacerlas por Amor.
"(...) El fariseo de la parábola hizo en voz alta una exposición de su vida, y todo lo que dijo no sólo era verdad, sino que, además, era admirable. En realidad, hacía más cosas de lo que le pedía la ley. Pero lo que le perdió fue el considerarse superior a los demás. Ser bueno implica también ser humilde.
Podríamos decir que el que piensa como pensaba el fariseo no es malo, más bien es ingenuo. Se comporta como aquel hermano mayor, que piensa que ‘merece’ la herencia del padre porque es una persona ejemplar, obedece siempre, no discute, no hace ningún mal. En realidad, si actúa correctamente se está haciendo bien a sí mismo y debe dar las gracias al padre que lo ha educado. La herencia le pertenece al progenitor y puede ser recibida solamente como donación, no algo merecido.
Lo que Él quiere es que nos reconozcamos pequeños, humildes, necesitados de su ayuda. Como hizo el publicano. A los ojos de los hombres, el publicano era un ser despreciable. Colaboraba con los romanos, puesto que su función era cobrar los impuestos. El pueblo no le quería. Muchos se aprovechaban de su situación y robaban. Pero Dios, que no ve las cosas como los hombres, sí le amaba. Y le concede la justificación, la gracia, porque fue sincero para con Dios.
Por supuesto, a Dios no se le puede engañar. No se trata de fingir una humildad que no sentimos. Se trata de ponernos en nuestro lugar, de ser humildes de corazón, y reconocer que estamos necesitados de la gracia de Dios, para poder alcanzar la salvación. Nuestros méritos ante Dios no son muchas buenas obras, sino el querer ser mejor, y caminar en presencia del Señor. Si hacemos esto, entonces sí que nuestra oración tendrá mucho peso ante Dios, porque la haremos desde el corazón. Como un niño pequeño que busca con la mirada a su madre, y, al verla, se duerme tranquilo.
Entonces nuestro compartir con los demás, será respuesta al amor de Dios que Él ha derramado en nuestras vidas. Querremos que los demás vivan lo mismo que nosotros vivimos. El camino no es yo hago cosas y Dios me da. Más bien, el camino es reconozco las cosas que Dios hace conmigo y por eso yo le devuelvo algo.
El final del Evangelio de hoy nos da una pista para nuestra vida de cristianos. “Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.” Aunque nos resulte duro entenderlo. Si queremos ser más de lo que somos, entonces no estaremos siendo sinceros con Dios, y de nada nos valdrán nuestros esfuerzos. Si reconocemos que Él nos ama, y nos ofrece su mano para seguir adelante, entonces estaremos por buen camino. Y todo lo que hagamos, será por Dios y para Dios. Lo dice san Pablo: “He peleado el buen combate, he terminado la carrera, he mantenido la fe.” Ojalá nosotros podamos decir lo mismo. Ojalá apreciemos en nuestras vidas esa dependencia de Dios, y podamos sentir, como el publicano, que Dios nos perdona. Y nunca, nunca es tarde para volver a empezar."
Por aquel mismo tiempo fueron unos a ver a Jesús, y le contaron lo que Pilato había hecho: sus soldados mataron a unos galileos cuando estaban ofreciendo sacrificios, y la sangre de esos galileos se mezcló con la sangre de los animales que sacrificaban.
Jesús les dijo: ¿Pensáis que aquellos galileos murieron así por ser más pecadores que los demás galileos?Os digo que no, y que si vosotros no os volvéis a Dios, también moriréis.¿O creéis que aquellos dieciocho que murieron cuando la torre de Siloé les cayó encima, eran más culpables que los demás que vivían en Jerusalén?Os digo que no, y que si vosotros no os volvéis a Dios, también moriréis.
Jesús les contó esta parábola: “Un hombre había plantado una higuera en su viña, pero cuando fue a ver si tenía higos no encontró ninguno.Así que dijo al hombre que cuidaba la viña: ‘Mira, hace tres años que vengo a esta higuera en busca de fruto, pero nunca lo encuentro. Córtala. ¿Para qué ha de ocupar terreno inútilmente?’Pero el que cuidaba la viña le contestó: ‘Señor, déjala todavía este año. Cavaré la tierra a su alrededor y le echaré abono.Con eso, tal vez dé fruto; y si no, ya la cortarás.’"
Jesús nos invita a convertirnos. A dar fruto. Convertirse es la condición para vivir para siempre. No dar fruto es no vivir, no ser conscientes de lo que debemos hacer para lograr un mundo mejor, para hacer presente al Reino.
"Jesús alude a dos acontecimientos de su tiempo que, al parecer, habían conmovido profundamente a la población de Jerusalén y, posiblemente, de todo Israel. El primero, cometido por manos humanas, es un hecho atroz de Pilato contra unos galileos, posiblemente sediciosos. El segundo es un suceso fortuito, el desplome de un edificio, que les costó la vida a dieciocho personas. Tomando pie en estos acontecimientos Jesús se enfrenta con una forma tradicional de entender la acción de Dios, que compartían sus contemporáneos y, posiblemente, sus discípulos (los de entonces y, tal vez, al menos en parte, también los de ahora). Dios sería el vengador de nuestros pecados, de modo que las desgracias, pequeñas y grandes, naturales o provocadas por la mano del hombre, se interpretan como acciones provocadas por Él para castigarnos cuando lo merecemos. No deja de resultar paradójico que la mano cruel de los grandes criminales y las fuerzas ciegas de la naturaleza sean instrumentos de la sabia y misericordiosa justicia de Dios, cuando los “castigados” son casi siempre gentes normales, tan culpables y tan inocentes como cualquiera; mientras que, además, los verdaderos criminales (como hoy Pilato), encima, se van de rositas.
Jesús se enfrenta con esa forma de entender a Dios, que distorsiona la imagen de su Padre, nos ayuda a purificarla y aclara la relación que existe entre el pecado y el castigo. Jesús nos avisa de que Dios no castiga ni ejerce violencia, ni usa las desgracias históricas o naturales para lanzarnos advertencias, lo que significaría que Dios advierte a unos a costa de la vida de otros; y nos recuerda que la salvación (o la perdición) no procede de “fuera”, no depende de acontecimientos externos fortuitos, buenos o malos, por medio de los que Dios nos bendeciría o castigaría. La salvación y la condenación proceden de dentro de nosotros mismos: de nuestra capacidad de conversión. Las palabras de Jesús: “no penséis que los que murieron eran más pecadores o más culpables que los demás… y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera”hay que entenderlas en este sentido. Aquellos no fueron castigados por determinados pecados, pero si nosotros (que tal vez nos sentimos a resguardo) no renunciamos a los nuestros y no nos convertimos, nos estamos labrando nuestra propia perdición. Porque no es Dios quien castiga, sino que nosotros nos castigamos a nosotros mismos cuando nos alejamos de la fuente del Bien y del Ser.
Con la parábola de la higuera estéril Jesús refuerza la llamada a cambiar de vida. Una vida alejada de Dios es como una higuera que no da fruto: no sirve para nada, su destino es la destrucción. No se trata de una imposición desde fuera, más o menos legal o arbitraria, sino que es cuestión de ser o no ser fiel a la propia verdad. De todos modos, lo que podía sonar a amenaza acaba siendo una parábola de la misericordia de Dios, que atiende a la intercesión del viñador (el mismo Cristo), que promete trabajar en las raíces de la higuera y abonarla con su Palabra para darle la oportunidad de convertirse y dar frutos. Dios en Cristo hace su parte. A nosotros nos corresponde hacer la nuestra, bien reflejada en las palabras de Pablo: hacer una elección sostenida por la gracia: la vida del Espíritu que implica la renuncia a la vida según la carne."